Con amor. Leti: “Lo doloroso que me pasó a mí, lo pude convertir en una curita para los demás”

Curiosa, dulce e inquieta. Leti es de esas personas que, aunque le hables por primera vez, pareciera que la conocés de toda la vida.

Es couch especialista en autoestima, mamá de dos niños y una apasionada por el arte. Detrás de todo lo que hace, hay algo que prioriza y que es innegociable: hacerle bien al que está del otro lado.

Todo empezó con el podcast  Mientras respires, estás a tiempo. Un espacio en el que cuenta sobre su vida, sus aprendizajes y la enseñanza que le dejó la muerte al tocarla desde tan cerca. Audios a corazón abierto, a través de los cuales inspira y motiva a quienes disfrutan escucharla.

Al poco tiempo decidió abrir una cuenta en Instagram para expresar todo eso que sentía a través de mensajes y videos. Con amor. Leti explotó y hoy llega a más de cien mil personas que la ven y la escuchan desde distintas partes del mundo.

Mujer resiliente y una luchadora incansable, que se las rebusca para ir siempre un poquito más allá y cumplir sus sueños, por más inalcanzables que parezcan.

¿Quién es Leti?

Soy mujer, soy mamá, artista y couch. Pero eso no es lo único que me define. Con el tiempo me di cuenta de que soy una aprendiz. Ese es mi desafío a diario: aprender algo nuevo o pasar al siguiente nivel.

A Leti la vida le dió un golpazo, de esos que duelen muchísimo. Llevaba una vida feliz, casada y con dos hijos. Todo era soñado. Hasta que la leucemia atrapó a Gonzalo, su marido, y todo se vino abajo de un día para el otro.
A su tiempo y a su forma, se despertó de esa pesadilla y volvió a armar los pedacitos de esa familia que había quedado destruida por tan inesperado final. Con más fuerza y más valiente que nunca, supo volver a empezar, y hoy, después de siete años, está dónde y cómo quiere estar.

 

¿Cómo ves a la Leti de ese momento, desde los ojos de la Leti de hoy?

Estoy super orgullosa. Obviamente hice cosas que a la distancia me doy cuenta que no estuvieron bien, pero a la vez, me perdono y me trato con amor porque hice lo que pude con lo que tuve en ese momento.

Apenas quedé viuda decidí aislarme, sabiendo que tenía que bancar el duelo de mis hijos para que salgan lo más paraditos posible de esto, y mi duelo personal. Con todo lo que conlleva ser madre sola, bancar todo lo económico, la casa y a mis papás, que envejecieron como veinte años de un día para el otro.

La muerte me enseñó que lo único que me voy a llevar y lo mejor que puedo dejar es lo vivido. 

Lo primero que hice fue abstraerme, encerrarme y, conmigo, los chicos. La verdad lo que menos necesitaba era esa energía de pesar, de lástima, de tristeza que se respiraba en el ambiente.

Mis hijos estuvieron meses durmiendo en mi habitación, y cada noche le hablaban a su papá contándole lo que habían hecho en el día y que se estaban esforzando para ser felices como él quería que lo fueran. Yo quería que, a pesar de haberlo perdido, no sientan esa culpa de ser felices.

Imaginate como mujer el volver formar una pareja, con todos los prejuicios de afuera. Ante eso, todo el tiempo me preguntaba qué hubiese querido la persona que partió para mí: que la amen, que la acompañen, que la ayuden con sus hijos, que alguien les de amor a ellos también.

Si bien hace siete años tomé las decisiones que estaban a mi alcance en ese momento, y lo que podía hacer con lo que sabía, hoy me siento orgullosa de haber elegido el camino que elegí. 

Me trato con amor, me agradezco y me perdono por no hacer lo que podría haber hecho.

 

El arte, mi cable a tierra

Siempre estuve vinculada con el arte. Desde muy chiquita, me recuerdo sentada en la mesa de mi casa haciendo artesanías. Mi mamá se iba a trabajar y nos dejaba a la mañana solos encerrados con llave y yo aprovechaba para hacer manualidades.

Mis primeras salidas laborales fueron las medialunas del abuelo o algún local de ropa. Laburaba un mes o dos, y enseguida dejaba y me iba a vender mis artesanías al río. Ahí fue cuando aprendí a vender, a venderme.

Cuando estás convencido de lo que vendés, lo vendés bien.

 

Cuando se venía el invierno que no podía ir al río, estaba ese tiempo encerrada en algo donde no cobraba mucho y, apenas podía, renunciaba. Soy una gran renunciadora.

A los 18 me fui de viaje a Córdoba.  Tenía mis ahorros, pero cuando se me terminaba la plata me ponía a vender artesanías y el dinero volvía. Desde esa edad yo sabía que era abundante. Que si no la tenía en el bolsillo, la podía crear con mis manos en un segundo.

Eso me enseñó a no tener miedo, a saber que tenía las herramientas para conseguir lo que quería.


Cumpliendo sueños

Al tiempo conocí a Gonzalo, tuvimos hijos y nos fuimos a vivir a Estados Unidos porque él iba a jugar en un club de fútbol allá.

Yo necesitaba mantener la cabeza ocupada, no podía ser madre y nada más. Así que me puse a estudiar inglés. 

Volvimos a Argentina, y le dije que quería estudiar Prótesis Dental en la UBA. Terminé la carrera y me puse mi laboratorio propio.

Me gustaba la Odontología, pero con los chicos tan chiquitos no iba a poder. Entonces me decidí por Prótesis, pensando en que combinaba la manualidad con la odontología, pero me di cuenta de que no había creatividad, que era lo que yo buscaba.

Los odontólogos me llamaban para que los vaya ayudar en casos complicados. Y ahí fue cuando me empecé a preguntar: “por qué ellos creen en mí y yo no lo veo”.

Así que me puse a estudiar Odontología, hasta que Gonzalo se enfermó y tuve que abandonar la carrera. 

 

Volver a empezar (todas las veces que sea necesario)

Cuando Gonzalo fallece, me quedé sin ideas.

No sabía qué hacer, pero nunca tuve miedo a quedarme sin plata, aunque veía que los ahorros iban bajando y tenía dos hijos que mantener.

Al tiempo empiezo a trabajar en un laboratorio. No me convencía mucho la vida de oficina, pero me obligué a salir de mi comodidad. Pasaron unos meses y la creatividad volvió a aparecer, y empecé a pintar muebles.

Renuncié al laboratorio, y me dediqué a crear. Empecé con uno y probé subiéndolo a Mercado Libre. A los pocos días se vendió, y eso me hizo confiar en que la cosa era por ahí. 

En medio de todo eso, conozco a quien es hoy mi pareja en una feria. Estábamos uno frente al otro. Él con sus muebles industriales y masculinos, y yo con mi estilo vintage y muy femenino.

Se fue a vivir a Australia, volvió y al tiempo, pandemia. Decidimos mudarnos juntos. Así que pasó de tener una novia, a tener una familia.

Nos llevábamos muy bien juntos. Yo pintaba los muebles, les sacaba fotos y los vendía, y él se encargaba de hacerlos. 

Todo venía bien, hasta que morimos de éxito. Ya no dormíamos, no salíamos, solo trabajábamos. Hasta que nos dimos cuenta de que teníamos que tomar una decisión. O contratábamos más gente o nos mudábamos a un lugar más grande.

Intentamos ir por la segunda opción, pero empezamos a ver que ese no era el problema. El problema era que no estábamos teniendo vida. 

Pasó la pandemia y nos volvimos a preguntar qué hacíamos. O invertíamos en Argentina, sabiendo que todo estaba complicado y se venía peor. O nos íbamos a vivir a Uruguay a vivir de los muebles. Sabíamos que entre los dos éramos la empresa y podíamos movernos a donde queríamos.

Y ahí fue cuando apareció la tercera opción: mudarnos a España. Ninguno de los dos tenía ciudadanía, así que empezamos a averiguar con familiares para encontrar los papeles y empezar el largo trámite.

Todo se dio mejor de lo esperado. Conseguimos personas que nos ayudaron desde Italia con las carpetas, y después de un tiempo, todos estábamos viviendo en Europa.

Los papeles tardaron un montón en salir, más de lo que pensábamos. Así que me las rebusqué y salí a ofrecerme como generadora de contenido para redes sociales, preguntando en cada local del pueblo donde estamos.

De a poco empezaron a aparecer personas que estaban interesadas en mi servicio y me fue muy bien.

Pero eso no era lo que quería, eso era lo que me daba plata. 

Pensando a qué podía dedicarme, se me ocurre hacer cerámica. Me compré un torno y enseguida me di cuenta de que estaba volviendo a caer en el error de trabajar, trabajar y trabajar. Ahora en lugar de lijar, iba a tener que amasar, pero iba a ser exactamente lo mismo de lo que  me había querido alejar cuando estaba en Argentina.

Así que solté el torno y dije «por acá no es”.

A mi me funciona siempre tener el laburo fijo que es el que me da plata, y por otro lado, sin meterle presión, hacer el trabajo que me encanta. Al no generar esa presión de que tiene que crecer y solo poner la energía de disfrute, crece. 

Ya había hecho el instructorado de mindfulness y se me ocurrió enlazarlo con meditación, arteterapia y cerámica. Y ahí es donde me animé a publicar en Instagram.

A medida que mi contenido se inclinaba más para el desarrollo personal, me decía a mi misma “es por acá”.

Seguí publicando videos haciendo cerámica, mostrándome a mi, pero en un momento sentí que todo se trabó. Estaba usando los audios en tendencia, tratando de que coincida el mensaje con la música de fondo. Hasta que me dije “por qué dependés de lo que dice otro, dejá de tratar de ser lo que te dicen que hay que hacer”.

Sé vos, no importa quién te siga, quién lo vea o quién no.

 

En todo ese camino y sabiendo que el podcast tenía cada vez más reproducciones, me desafié a lograr ser la del podcast en Instagram cueste lo que cueste.

Hice el primer reel de esta manera, y la cuenta explotó. Ahí me di cuenta de que solo trataba de ser auténtica, nada más.

Lo que logré con esto es que si a lo que subo le va bien, siendo yo, soy muy feliz. Y si le va mal, siendo yo, no me importa, sigo siendo yo.

 

Lo que aprendí del dinero

Tanta importancia le damos a la plata, que entendí con el tiempo que solo es energía. Cuando más lo necesitaba, solté, confié, y el dinero fue apareciendo.

Si estamos bien, nos llega; si estamos mal, escasea. 

Vengo de una casa donde se creía que dándole más al resto sin pensar en uno, era lo que estaba bien.

Al querer ser couch, tuve que superar esa creencia de que si sos bueno es gratis y si cobrás, es interés.

Yo me re formo para esto. Mi método da resultado y la persona del otro lado quiere pagar para sentir que está haciendo algo por ella misma. ¿Por qué no lo recibo, agradezco, le doy lo mejor de mí y listo?

 

Mi primer retiro de mujeres

Hace un año, hice un tablero de visión con todo lo que quería para el próximo año. En esa visualización apareció una tribu de mujeres. En ese momento todavía no existía mi cuenta de Instagram, no sabía si yo iba a ir a un retiro, o lo iba a dar, pero eso fue lo que vi.

Y hace unos meses, me surgieron ganas de hacer un retiro propio con mujeres. El destino me fue cruzando con personas mágicas y salió. Yo muerta de miedo, lo publiqué pensando en que sea lo que sea.

En este espacio busco que cada una se encuentre con una misma. Frenar la vorágine de la vida, el estrés, la ansiedad, pisar fuerte y mirar para adentro. Cuando cambiás las gafas, empezás a ver todo con otro filtro.

Mi idea es que recuperen la feminidad a través del cuerpo, que tan olvidado lo tenemos, y al cual deberíamos homenajear todos los días. 

El camino es el inverso: de adentro hacia afuera.



¿En qué momento te encontrás hoy?

Hoy me encuentro super feliz, agradecida y disfrutando. Lo doloroso que me pasó a mí lo pude convertir en una curita para los demás. Y así duele menos.

Algo muy feo, convertirlo en algo muy lindo.

Algo muy mío, convertirlo en un servicio para otros.

Me llevó años poder contar mi experiencia, y así y todo el primer capítulo del podcast me costó un montón grabarlo. Pero sabía que iba a llegar a quien tenía que escucharlo.

Gracias a poder abrirme, empezaron a pasarme muchas cosas que no puedo explicar. El Instagram es solamente la vidriera, pero lo que hay detrás, los mensajes que me llegan, me ponen cada vez más feliz.

Yo solamente lo escribo con amor, lo grabo y publico con amor, y todo ese amor llega a esa persona que lo convierte en lo que quiere, siempre para bien.