Hombre tomando Mate

“De mis padres y abuelos aprendí que la palabra vale y hay que darle valor”

Cuando leemos sobre pueblos originarios, las comunidades que existieron y las que aún están en nuestro país, provincia o ciudad, llenamos nuestra cabeza con información necesaria para conocer las culturas que conviven a nuestro alrededor.

Hablar con una persona que comprenda estos temas al máximo y que nos deje palabras de enseñanza, no tiene precio. Eso fue lo que vivimos cuando visitamos a Juan Orellana. Mucha sabiduría y aprendizaje nos fue regalando durante la charla, para que luego podamos compartirla con todos.

Su casa huele constantemente a palo santo. Quedamos fascinados por el aroma al entrar, y eso debe ser lo que provoca cierta tranquilidad para quienes llegan a su hogar.

Entre mates, cámaras fotográficas, anécdotas y risas, empezamos una linda conversación. Acá la compartimos.

Desde la raíz

Juan es una persona que, como muchas, ha pasado cosas buenas y también malas en su vida. Empezamos primero hablando de sus orígenes. “Si yo te tengo que decir en nuestra lengua el lugar en donde nací, tendría que decirte que soy originario del territorio Tonokote en el Gasta Gualamba, en el Qollasuyu Tawaintisuyu de Awyayala, esto es en lengua Runasimi, Quichua”.

El territorio Tonokote se encuentra en la provincia de Santiago del Estero. Juan nació en la Estancia La Guasuncha, entre Ersilia y Ceres. Ahí se encontraron su mamá, de pueblo Sanavirón, con su papá, del pueblo Tonokote.

“Nací en el monte, me anotaron en Ambrosetti porque no había nada en ese pueblo, era un paraje solamente que ni alcanza a ser una comuna. Luego fui migrando. Mi padre era un trabajador golondrina, que aún hasta el día de hoy sucede, hay gente que se va a las cosechas”.

Como sabrán, la vida en esa época no era fácil para muchos. Su padre trabajaba juntando papas, maíz y volvía a su casa cuando no había cosecha. “Fuimos viviendo en toda esa zona. A los 10 años comencé a vivir en Rafaela porque mi papá se encontró con un tío que vivía acá y lo invitó a que venga, diciéndole que había laburo. Trabajaba de changas en el frigorífico y mi mamá de empleada doméstica. Con mi hermano, cuando yo tenía 10 años y él 12, íbamos a lo que era el mercado que estaba en la vieja terminal y juntábamos verduras y frutas que desechaban. Eso llevábamos para comer”.

Uno de sus deseos en ese entonces era ser cadete, pero le faltaba algo importante: saber andar en bicicleta. Juan nos contó una anécdota evidentemente memorable y graciosa para él, ya que mientras relataba sonreía mucho. “Quería ser cadete y repartir verduras. No sabía andar en bicicleta, le hablé a un chango y le dije que me enseñara para poder trabajar. Un día vi que en una vidriera decía que se necesitaba cadete, asique entre viernes, sábado y domingo practiqué y ya el lunes estaba trabajando con una bicicleta grande de reparto, con un canasto”.

Salir del nido, probar nuevos caminos

Después de ser nómades por bastante tiempo, llegaron a al monte entre Arrufó y Curupaytí. Allí su papá fue a cortar leña y su madre a cuidar cabras. “Tenían un montón, como 300, así que teníamos un cerco grande para abastecernos de comida porque mi mamá no hablaba mucho, pero era muy activa. Todo el día hacía cosas y siempre que llegábamos a un lugar, ella armaba su huertita”.

Después de unos años, cuando ya tenía sus 15 cumplidos, Juan se fue de la casa de su familia para trabajar como hachero en el monte. También pasó por algunos tambos y luego lo llamaron de Lehmann para ser albañil. “Trabajé con unos albañiles que me invitaron a venir a Rafaela a seguir con ellos”.

Conociendo el mundo de la militancia

A los 24 años conoció a la mamá de sus hijos y se casaron. Compraron un terreno y en esos años, por los ’70, empezaron a militar en el peronismo. Pero tiempo después, cuando Perón volvió, Juan dijo que lo “desilusionó”. “No fue lo que yo quería, asique empecé a buscar un partido comunista y me encontré con el PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores). Ellos tenían como brazo armado al Ejército Revolucionario del Pueblo. Empecé como militante y en esa época me detuvieron 10 días en el año ’75, cuando bajó un avión con montoneros en Rafaela, porque me involucraron con ellos y nosotros no teníamos nada que ver”.

Tras pasar varios días cautivo, lo dejaron libre. En el año ’76 sabía que lo buscaban de nuevo y que tenía que escapar, o no sabía que iba a pasar. “Sabíamos de las desapariciones y torturas así que nos fuimos con mi compañera embarazada y mi hijo que era chiquito. Llegamos a Santiago. A mi hermana que estaba en Rafaela la apretaron y le dijeron que me entregara o que me iban a matar, entonces ella les dijo dónde estaba. Nunca le reproché nada porque ella lo hizo para que no me maten. Ahí estuve preso en Rafaela, luego en Coronda, después en Caseros y La Plata. Estuve 5 años preso”.

Reconocerse para salir del caos

“Me acuerdo cuando llegamos a Coronda. Nos llevaban en camiones y mientras íbamos por los pasillos nos pegaban y luego nos metieron en una celda. A Caseros nos llevaron en un Hércules, todos sentaditos. Son recuerdos que no se borran, pero fue como una experiencia más. En esos años aproveché para aprender, solamente tenía segundo grado de la primaria y aprendí en ese momento, porque la mayoría de los que estaban presos eran profesores y estudiantes, entonces aproveché para que me enseñen y organizaba charlas para que todos hagan sus aportes. Todo eso era desde la ventana, teníamos que ser prácticos para hablar”, recuerda Juan entre mate y mate.

Para él ese proceso fue llevadero. “Me puse a escribir, estaba con un teniente del ejército del PRT y como él no podía escribir porque tenía letra fea, yo escribía en los papeles de los cigarrillos que cada tanto teníamos y así hacíamos los contactos”.

Así fue como emprendió la etapa, no solamente del conocimiento, sino de reconocerse a sí mismo. “Mi viejo me contaba muchas cosas de quienes éramos y empecé a buscar mi identidad. Cuando salí no les decía a todos ‘yo soy indio’ pero cuando se planteaba el tema, les decía de dónde era y quién era. Todo lo que me había dicho mi viejo lo recordaba. Uno puede hablar un montón, pero si no lo hace práctico no sirve. Él lo hacía así, era práctico y eso para nosotros es el conocimiento, sino es mera teoría”.

Mi viejo me contaba muchas cosas de quienes éramos y empecé a buscar mi identidad.

Conformando la comunidad Awyayala

Años más tarde, Juan, seguido por otros compañeros pertenecientes a pueblos originarios, quisieron armar un grupo que los condense a todos e identifique por sus raíces.  Así fue como surgió la comunidad de Pueblos Originarios de Awyayala.

“Pusimos ese nombre porque éramos varios y no queríamos dejar a nadie afuera, somos originarios de 15 pueblos diferentes. Nosotros nos acostumbramos a exponer una razón, y si no todos están de acuerdo entonces tenemos que volver a iniciar hasta lograr un acuerdo. Para llegar a un consenso del buen vivir tenemos que hacer todo bien y contentos, porque sabemos que sirve. El que trabaja debe saber que su trabajo si se hace bien y esa persona lo hace contento, es mejor, pero la gente a veces va sufriendo a sus trabajos o para hacer cosas, y así no sale bien”.

Para llegar a un consenso del buen vivir tenemos que hacer todo bien y contentos, porque sabemos que sirve.

Enseñanzas imposibles de borrar

Llegando al final de la entrevista, quisimos saber qué recuerdos de consejos o enseñanzas de su familia tiene aún hoy bien arraigados a su vida, y nos contestó que de sus padres y abuelos aprendió que “la palabra vale y hay que darle valor”.

Si no está en papel parece que no vale, cuando no es así, y las costumbres de sanación y auto sanación es en lo que más le ponemos énfasis. La gente se enferma por la mala alimentación, el estrés es otra mala manera de alimentación de la información que te llega, y si no sabemos digerir eso vamos a la locura, a la tensión”.

La charla llegó a su fin y nos quedamos con la mejor parte. Correctas palabras que vienen a reflejar los nuevos tiempos, la inmediatez con la que queremos vivir el día a día, sin pensar en nada más que lo que voy a hacer mañana o pasado. “Las personas no viven el presente, por ejemplo, este momento en el que estoy con ustedes es único, no va a ser igual nunca, cada instante de la vida debe ser validero, que estemos contentos de vivir la vida.  Es parte de la auto sanación que tenemos que encontrar, todo cuenta, los segundos, minutos, horas que pasemos”.