Pintar es lo que más ama en la vida y a lo que le dedicó gran parte de ella.
Hace algunos años, junto a Guillermo su novio, emprendieron un viaje por tierra por toda Latinoamérica donde se llenaron de buena gente y de hermosas culturas. Esa inolvidable experiencia le hizo sentir que el arte puede cruzar todas las fronteras, sin importar idiomas, colores y clases sociales, permitiéndole dejar sus pinceladas como forma de agradecimiento a las personas que el camino les mostraba.
Hoy vive en el sur del país, donde continúa aprendiendo en la interminable escuela de la vida, criando a su pequeña Helena, otra de las pasiones que fue descubriendo con el tiempo.
¿Quién es Diana Aimino?
Me resulta difícil definirme. No podría encasillarme bajo ningún rótulo o título. Puedo contar, quizás, que soy sin dudas alguien hoy muy feliz y agradecida por estar viva, por poder crear, por poder descubrir; curiosa e inquieta. Tengo título universitario como diseñadora de indumentaria, pero nunca me dediqué a eso. Pinté murales, pinto para la gente que quiero, pinto por trabajo, dibujo, ilustro, bordo y siempre estoy ”curioseando” nuevas técnicas o medios de expresión. Pero no me siento artista, ilustradora, muralista. Creo que mi único título hoy en día es como Madre de Helena (y lo único que realmente me define), el resto sigue siendo una constante e inevitable búsqueda y aprendizaje.
¿Cuándo empieza tu interés por el arte?
Supongo que siempre estuvo en mí, en mi interior. Pero en la secundaria siempre sentía que la única materia que me interesaba era plástica y tenía una necesidad constante de dibujar o crear cosas.
Sos hija de María Cristina Faraudello, reconocida y bien recordada escritora de Rafaela. ¿Sentís que recibiste de ella ese amor por contar historias?
Supongo que ella me transmitió mucho de eso, sí. Mi mamá en los años que compartimos fue magia pura para mí. Me acompañaba a ver el mundo desde sus ocurrencias, desde la creatividad y la imaginación. Sin embargo siento que fue poco el tiempo que tuve a su lado así que confío más en que es una cuestión de genes o algo que viene “desde la panza”.
Hace algunos años, junto con tu pareja, realizaste un viaje por Latinoamérica desde Argentina a México, en el que le pusieron su impronta a las paredes de los diferentes lugares que iban recorriendo. ¿Qué te dejó esta experiencia en lo personal?
Todo, una y mil cosas. El aprendizaje humano más grande que jamás imaginé. Fue gracias a esas paredes que pintamos (sin ningún interés más que dejar una especie de huella a nuestro paso y un agradecimiento en color a cada pueblo que nos recibió), que conocimos la gente más hermosa, vivimos cada país desde adentro y entendimos su cultura.
¿Y qué pasó después de ese sueño cumplido?
Volvimos a anidar, a dar a luz. A concretar otro gran sueño, a darle forma a nuestra propia familia. A disfrutar de lo chiquito, lo sencillo, lo cotidiano.
Con una familia ya formada, hoy estás viviendo en Villa La Angostura. ¿Qué te llevó a elegir el sur del país luego de tantos años de rodar por América?
Cuando Helena cumplió un año a mi pareja le empezó a picar el bichito por salir otra vez. Yo me sentía bien en Rafaela. Considerando que culturalmente había crecido mucho en los últimos años, podía ver un lindo lugar donde pasar los siguientes años, pero sabía que si me quedaba me iba a costar despegar.

Teníamos amigos viajeros viviendo en el sur y nos habían hablado de una linda calidad de vida, sana, con otro ritmo, además de, obviamente, los paisajes, lagos, montañas. Decidimos probar, pensando primero en un lugar lindo donde criar a Helena y Domingo (nuestro perro brasilero que por momentos es casi un hijo).
Ya casi vamos a cumplir dos años acá pero seguimos “a prueba” jugando siempre con el tiempo que nos queda disponible hasta que Helena comience la escolaridad obligatoria.
Imagino que debés estar transmitiendo tu arte por allá también…
Acá la cosa fue muy lenta, todo transcurre a otro ritmo. Creo que por un lado el clima y la naturaleza marcan otros tiempos, y por otro lado la crianza de Helena se sobrepuso a todo, así que el resto siempre queda después. Así me lo plantee al menos yo y me gusta que así sea. En poco tiempo ella crecerá y ya volverá el momento de dedicarme cien por ciento a mí, a mi arte, a mi profesión.
De todos modos, dentro de las pocas posibilidades que encontré (ya que vivimos en un pueblo muy pequeño que se dedica más que nada al turismo) pude hacer un curso de grabado el año pasado y me resultó muy interesante. Combiné el grabado con el bordado, hice distintos cuadros y todavía me encuentro trabajando en eso. Tuve la suerte también de que, a pesar de la distancia, pude contar con algunas orientaciones, ayudas y enseñanzas de una artista joven rafaelina que admiro mucho: Florencia Laorden.

Si hay algo que extraño y no encontré aquí es el espacio de taller. Aprender no sólo de los grandes maestros como en su momento fue Lili Giraudo o Florencia Laorden, sino nutrirme también de los compañeros con los que se comparten esas hermosas horas de taller.
De todos modos y en paralelo empecé a tatuar con una técnica sin máquinas que se llama “hand pocked” que me atrae por varios motivos: la posibilidad de tatuar a mi tiempo y no al ritmo de la máquina, lograr detalles más pequeños, tratar la piel con mucho más respeto y suavidad. Así que de a poco voy encaminándome por esos rumbos, siempre en movimiento dentro de la quietud de esta etapa de mi vida.
Ping Pong Milénico:
Un color: depende del día, la semana, el año… depende de mi momento…pero creo que el azul/turquesa siempre está presente.
Un artista: no podría elegir sólo uno, al igual que con los colores… depende de lo que me está pasando en el momento. Admiro a muchísimos artistas y sigo descubriendo más a quienes admirar.
Un libro: pequeñito y de fácil lectura, hace muchos años una amiga me recomendó “Las voces del desierto” y creo que en aquel momento me marcó completamente. Más tarde leí varios de Galeano y aprendí mucho de sus palabras. Pero hoy en rol de madre encuentro poco tiempo para leer. Ya volverán esos encuentros con los libros.
Un momento del día: lejos, el atardecer (o las mañanas al despertar con Helena)
Un lugar en el mundo: miles y espero seguir descubriendo más. Sin embargo tengo una pasión inexplicable por Brasil, su música, su idioma; y amo Costa Rica, su gente y el respeto por la naturaleza.
Una anécdota: no una puntual pero sí las miles de sorpresas que nos llevamos con Guille viajando, la admiración por tanta gente que se abrió a nosotros con una generosidad tan inmensa que hasta entonces no conocía… de todos los niveles sociales, con un corazón único sin distinción de frontera.