Si Mahoma no va a la montaña, ¡vamos nosotros!
Así fue como, en nuestro último viaje a Capilla del Monte, nos pusimos en contacto con la Compañía Marionetas en Libertad que el próximo domingo se presentan en el Festival de Teatro de Rafaela con su espectáculo “Ploplo, vendedor de ilusiones”, y allá fuimos.
Era una tarde de sábado atípica en este frío invierno, cuando nos pusimos de acuerdo con Martín, director y guionista de esta fascinante obra, y lo visitamos en su casa.
Ahí nos esperaba, entre mates y olorcito a naturaleza, junto a Jenny y Marcos, dos de los integrantes de este grupo que se sumaron en el último tiempo.
“Esta es la escenografía de ‘La escuela encantada’”, dijo Martín, señalando un semejante armazón que ocupaba la mitad del espacio de una de las habitaciones de la casa. “Vengan, pasen a conocer el detrás de todo esto”.
Y así nos fue mostrando las increíbles marionetas que armaron artesanalmente para este espectáculo; las maquinarias, los engranajes y las cortinas que bajan y suben en cada función.
Nos quedamos anonadados con esa apabullante escenografía, que emociona de solo verla. Porque el trabajo, las ganas y el tiempo que hay detrás de todo eso, no llegan a apreciarse en las presentaciones.
“Marionetas en Libertad nace en 1984 en Capilla del Monte”, comienza contando Martín, mientras recuerda aquellos tiempos de juventud. “Yo venía de viajar por cuatro continentes y finalmente decido instalarme en Capilla. Al principio éramos tres o cuatro hippies y todavía no había mucho movimiento en el pueblo. Así que comienzo a dar un taller de marionetas todos los jueves. El primer día vinieron siete, ocho personas y les conté la mitad de una historia que había escrito. Y ahí les propuse trabajar con papel maché y les pedí que hagan la cabeza de las marionetas. Yo en ese momento no sabía nada del tema. Y después de ahí se borró ese grupo, no vinieron más. Pero yo dejé los jueves durante un año para el taller”.
“En ese entonces tenía armado mi taller para hacer jabones de aceite de oliva”, recuerda, “pero sabía que eso no era lo mío, aunque era lo que me daba de comer. Y así seguí hasta que en un momento pasó el más antiguo partener de la compañía, Roby Murphy, un vecino de acá que es actor. Y cuando nos conocimos me dijo que iba a empezar a venir conmigo los jueves. Yo no soy actor, soy una especie de constructor de historias que me gusta escribir. Un día estábamos ensayando en el patio de casa y en un momento cinco personas afuera empiezan a aplaudir. Era el director de Cultura de Capilla con sus secuaces que nos felicitaban por lo que hicimos y nos querían contratar. Y así empezamos a girar por todos lados durante 30 años. En ese tiempo abandoné poco o, mejor dicho, cada vez que dije que iba a abandonar, llegaba alguien que decía “te compro 40 funciones”, entonces era imposible dejarlo.
“Así nace Marionetas en Libertad. La primera obra fue “Las aventuras de Barcalomo, Montaraz, Don Pompín y los demás”. Tocábamos, cantábamos y manejábamos nuestros títeres. Todos hacíamos de todo”.
¿Siempre te gustó trabajar para los niños?
“Sí. Es más libre, tenés más posibilidad de jugar. Lo que es bueno para los niños, para los grandes también lo es. Los podés hacer volar, emocionar, saliéndose de la estructura. Me abre a universos más etéreos; y eso es lo que me gusta, consumir algo que nos eleve, que nos haga levitar”, confiesa, recordando sus inolvidables momentos de niño.
“Por eso me gustaba más lo de las marionetas, porque tiene atrás eso de las maquinarias, de lo físico, que por ahí le interesa más a un ingeniero”.
Mientras tanto, nosotros no podíamos dejar de sorprendernos con la gigantesca escenografía que habitaba momentáneamente detrás de Martín. ¿Cuánto tiempo les lleva armar todo esto?
«La producción de un espectáculo es muy cara de armar, lleva mucho dinero en material y en tiempo. Lleva muchas horas de escritura de guion y de diseño, si se quiere hacer algo bien», explica, mientras prepara su merienda.
«También hay que gestionar fondos que sirven de ayuda, aunque no siempre cubren el total de lo que invertimos en cada obra. Más toda la gente que trabaja detrás de todo esto: actores, artistas, técnicos, diseñadores, coreógrafos, vestuaristas. Es mucha gente la que colabora con estos trabajos. Por lo general hay un año y medio de trabajo mínimo, para que luego se pueda aprovechar y dar en lo posible unas doscientas o trescientas funciones».
«Además, hay todo un trabajo de venta, de comunicación y de gestión detrás de cada espectáculo. Todo depende del producto. Si uno hace una obra donde se invirtieron dos años de trabajo con quince personas, se va transformando en una bola de nieve que empieza a producir lo suyo y empieza a encontrar en los diferentes circuitos su lugar. Desde que estamos en el catálogo, hasta que podemos viajar a Europa, hasta que hacemos el mes de agosto privado en Río Cuarto, el Día de los Jardines; hasta que nos invitan los Festivales, hasta que la Agencia de Córdoba Cultura nos contrata, pero también la UEPC que es el sindicato…es todo un recorrido que se va haciendo, después de tantos años de laburo, más los once años que estuvimos en Francia que nos dio un gran crecimiento artístico».
De Capilla del Monte a Francia
«Cuando llegué a Europa con un espectáculo argentino, a la gente le gustaba, pero le faltaba algo. Así que tuve que ayornarme enseguida, y aprender e incursionar en nuevas cuestiones», recuerda Martín a través de sus viajes al viejo continente.
«La magnitud de espectáculos que tienen allá me abrió muchísimo la cabeza. Lo que pasaba en Francia es que, si bien el armado es algo imprescindible, si no están el guion y la dramaturgia bien hechos, y si el espectador no despega el culo de la butaca, no es algo bueno. Y cuando pasa eso, te encuentran enseguida el festival o evento donde mostrarlo. Son muy exigentes. Me cansé un poco, pero aprendí una bocha. Y con ese bagaje nos volvimos a Capilla y rápidamente montamos este espectáculo y al año estábamos funcionando».
Cuando hacés una cosa re grosa y hay un montón de gente poniendo onda, tiempo y dinero, va solo.
¿Cuándo empieza tu interés por el teatro de objetos?
Siempre me gustó todo lo que es maquinaria y, por supuesto, los cuentos. Cuando era chico quería ser constructor de juguetes de madera, me gustaba dibujarlos y armar historias.
Mi mamá estaba separada, no era hippie, pero por ahí. Entonces me quedé con mis abuelos y hacía todo solo. Siempre me cuidaban, me tenían limpito, con todos los chiches.
En esa época mi vieja sale de esa clase alta de Buenos Aires y se pone de novia con un chabón que era actor y laburaba de electricista en el Teatro Municipal San Martín, en la época de oro de Ariel Bufano. Entonces ella me llevaba a verlo cada dos por tres. Veíamos teatro para chicos y todo lo que ocurría atrás de bambalinas. Me gustaba esa magia del teatro vacío, el objeto, las luces…
De grande me escapé de la represión y me fui a viajar. Estando en Suiza pude ver un espectáculo de marionetas de hilo para adultos y ahí flashé con eso de crear un universo de A a Z y me encantó. Y a los pocos años vino esto.
¿Cómo surgen las historias de estas obras?
De las ganas de sentirme bien en mis momentos libres. Empiezan como ideas, como impresiones, algo que me inspira.
Cuando se estrenan las obras, durante un mes y medio no tengo ganas de tocar más nada. Por eso me voy a la montaña y me quedo tranqui. Pero después me voy a empezar a aburrir y voy a empezar a decir “qué puedo hacer ahora”.
Siempre voy a la búsqueda del “¿qué me encanta?”. Voy cambiando todo el tiempo, no uso ningún tornillo de una obra en otra. Lo alucinante es hacer todo nuevo, desde cero.
¿Y qué hay sobre «Ploplo, vendedor de ilusiones»?
Ploplo se estrenó en 2016, es una obra bastante nueva
Es un espectáculo destinado a los más chiquitos, aunque a los grandes les encanta porque es muy mecánico. Es para un aforo muy pequeño, porque los niños se sienten más cómodos en un ambiente de intimidad.
Ploplo es una historia como todas, que aparenta un mensaje, pero en la cual el mensaje real está oculto. Sucede en una máquina de ilusiones y Ploplo cuenta una historia donde hay un vendedor de ilusiones parecido a él, pero que no es el mismo.
Esta historia me inspira un cuento que leí a los ocho años. En esa época teníamos libros de cuentos de dos páginas, ilustrados., que las maestras usaban para hacernos los dictados.
En uno de esos cuentos había un vendedor de ilusiones que llevaba un chaleco y una carreta llena de chirimbolos y decía “vendo sueños con gusto a caramelo, fantasías, ilusiones, historias divertidas que despiertan la alegría”. Era el charlatán. Y en esa época me pegó hasta en la vocación.
En un momento la maestra pregunta quién quería leerlo, y yo levanté la mano para hacerlo en forma de pregón, así que empecé “¡vendo sueños con gusto a caramelo!”, y hubo una carcajada general en la clase. Como iba a colegio cheto, el profe me dijo “no no, a ver Martín, leelo como es”, y ahí me quedó eso.
Y después me vino persiguiendo, como esas ideas que te siguen durante un tiempo, que después dejás de lado y las volvés a agarrar.
Así es como Ploplo llega al pueblo donde vive Pelusa, una nena de cuatro años. Y como llega tarde, ella no llega a ver el show. Entonces cuando se desarma todo, lo persigue al vendedor de ilusiones y le dice que ella quiere ser grande. Entonces Ploplo le ofrece la valija de la fantasía y le dice que si se mete ahí va a poder entrar en el país de la imaginación.
Y ahí sucede una historia bellísima, que no voy a contar ahora para que puedan verla el domingo.
Entonces, ¿cuál es mi misión como saltimbanqui? ¿Voy al pueblo a tratar de divertir a todos? Parece que sí, pero…” guarnición”, que la responsabilidad es enorme.
El juego entre el actor y el objeto
El actor y el objeto se conjugan los dos al mismo tiempo, volviéndose uno solo. El actor acompaña a la marioneta, y ésta ayuda al actor en su presentación. Comparten la historia mutuamente.
Somos artistas plásticos por eso nos gusta crear marionetas y darle vida, inventar y armar todo desde nosotros. Ese es el sello de la compañía.
“Ahora llegó el momento de delegar mi trabajo”, nos explica volviéndose en un tono más serio. “Quiero transmitir y dejar chicos funcionando en todo este bagaje de la compañía”.
Ploplo en el FTR18
Llegó el turno de Jenny, una de las integrantes de la compañía quien, junto a su partener Marcos, son aprendices de este camino artístico en el mundo de las marionetas.
«Rafaela está un poco relacionado con la posibilidad de poder compartir la experiencia que tuvimos Marcos y yo de poder sumarnos a la compañía».
«Todos los movimientos que Marionetas en Libertad fue haciendo en Argentina fue el resultado de un excelente producto, no de una estrategia de producción o de tocar puertas. Producto de eso, Marionetas el año pasado fue invitada a Girart, un mercado organizado por el gobierno de Córdoba que vendría a ser el equivalente al FIBA de Buenos Aires, pero con la perspectiva de ser un polo que incluya producciones del interior, que siempre quedan postergadas debido a la gran movida teatral que hay en Buenos Aires, y que le permita a nivel internacional poder llevar obras, compañías o proyectos de otros lugares del mundo, convocando a programadores de otros festivales».
«Y en lugar de hacerlo festival, donde se requiere mucho dinero, se hacen rondas de negocios para que las personas tengan la posibilidad de intercambiar un mano a mano con diferentes personas. Así que, cuando Martín me preguntó si quería ir, no lo dudé y me comprometí a participar de este mercado. Me parece interesante abrir otros espacios donde todavía ellos no están teniendo el reconocimiento que yo creo que merecen, con una trayectoria tan grande y sobre todo en Latinoamérica, que no son tan conocidos como en Europa».
Y así fue culminando este hermoso encuentro, donde nos volvimos un poquito niños entre marionetas y escenografías artesanales. Pero antes de irnos, Jenny, Marcos y Martín nos invitaron a conocer el universo de La Llave mágica y, como su nombre lo dice, es realmente un cuento mágico.
Esta obra le pertenece a Marcos y Jenny, quienes conjuntamente animan, bailan y se entregan a los personajes de esta historia. Así que nos mostraron un pedacito del espectáculo que estrenarán en septiembre y, por lo que pudimos ver, se viene algo muy bueno.
Se hizo de noche y las estrellas eran la única luz del lugar. Así que nos despedimos hasta la próxima.
Gracias por recibirnos y remontarnos por un ratito a nuestra infancia.