Milénica: Hola Raúl, ¡qué placer! ¿Cómo estás?
Raúl Barboza: Acá estoy, recién llegado de la gira
Milénica: Me imagino que muy cansado…
Raúl Barboza: Pero no tanto para no poder conversar contigo…
Así comenzó la conversación con uno de los músicos argentinos que hicieron y siguen haciendo historia, aún con 80 años recientemente cumplidos y muchas más vivencias por contar.
Recién llegado de su viaje por Resistencia y Corrientes, donde estuvo contando a la prensa, su familia y amigos sobre la gira que tiene programada por Argentina, el reconocido acordeonista se prepara para sus próximas presentaciones, entre ellas, en Rafaela.
Desde 1987 vive en Francia donde difundió por primera vez el chamamé, convirtiéndose en un referente del género en Europa.
Recientemente nombrado Ciudadano Ilustre de La Boca, Raúl se identifica a lo lejos por su bajo perfil, su bondad y su pasión por enseñar a las nuevas generaciones todo lo que él pudo aprender en estas ocho décadas.
80 años no es poco para nadie, menos para un músico que toca desde hace más de 70….¿Cómo viviste ese momento?
“Para mi cumpleaños estuve en Francia, donde reuní a los amigos que tengo allá: árabes, africanos, rusos, judíos, protestantes, católicos. Lo pasamos muy lindo. Luego vine para acá a encontrarme con los amigos de la Argentina. Y ahora voy a seguir reencontrandome con los que todavía no vi, así que voy a cumplir años durante unas cuantas semanas más”, nos confiesa Raúl entre cálidas risas.
A los 50 años te instalaste en París para continuar con la música. ¿Cómo fue ese cambio y por qué elegiste la ciudad francesa para vivir?
No fue fácil el cambio, aún cuando ya había viajado a otros países, como la Unión Soviética y Japón.
En ese momento decidí viajar a otro país porque no encontraba en los medios de difusión un apoyo, sino más bien todo lo contrario. Así que junto a mi señora decidimos partir a Francia, pero no con el objetivo de quedarnos, sino para conocerlo, para saber sobre su idioma, su cultura.
Pero las cosas se dieron de tal manera que me propusieron trabajar, grabar y muchas otras cosas que, en aquella época, no encontraba en Argentina. Y ahí fue que nos quedamos y durante siete años no volvimos, ya que no contábamos con los medios para el regreso. Pero todo se fue dando de una manera tan agradable con los colegas acordeonistas franceses, que me hicieron un espacio muy lindo y me hicieron sentir como hermanos en la música.
¿Y cómo sonaba el chamamé en Francia?
No era una música familiar para ellos, sino algo nuevo que les gustó mucho. En el año 91 comencé a grabar mi primer disco, un disco modesto porque yo no tenía la más mínima ilusión de lo que les podía llegar a gustar. Y cuando lo lanzamos, el disco estuvo nominado a los grandes premios Charles – Cros, en una terna junto a Richard Galiano, un enorme músico francés y un grupo músical de Pekín, China.
Y finalmente me eligieron a mí por considerar a mi disco como el mejor de la música del mundo en ese momento.
Entonces para vos fue realmente una sorpresa ese momento…
La verdad que sí, porque no era algo que yo deseaba. Simplemente mi deseo era mostrar mi región a través de una de las tantas formas de trabajar los sonidos del chamamé.
Y durante esos 30 años que viviste en Francia, haciendo un balance de todo este tiempo, ¿qué fue lo que más disfrutaste de estar allá?
Lo que más disfruté fue la amistad que recibí de todos los colegas franceses y acordeonistas y de los músicos clásicos con quienes trabajo hoy. Una apertura espiritual para escuchar una música que para ellos era totalmente desconocida, que venía de un hombre de la Argentina, que no tocaba el bandoneón ni hacía tangos, y que, además, tenía un rostro tipé como se dice en francés; es decir, que no es un rostro con los rasgos realmente de un argentino, y me dijeron que tenía descendencia aborigen. Y pensaron que yo me enojaría, pero le dije a la dama que me había dicho eso, que me hizo un gran honor, porque yo tengo ancestros guaraníes en mi sangre y por un lado se reflejan.
¿Qué te pasa cuando regresás a la Argentina?
Encuentro la alegría de encontrar a mis familiares, a mi hijo, a mi hermana, O de visitar el último refugio del reposo eterno de mis padres y de un hermano; encontrarme con viejos amigos de la juventud, y con muchachos que se acercan para preguntarme sobre la música. Veo que hay un gran entusiasmo en intentar continuar la obra hecha por los maestros que dejaron muchas cosas en sus discos. Y los jóvenes de hoy no tuvieron la posibilidad de conocerlos, como la tuve yo, y de aprender de gente como Gardel, Troilo, Canaro…
Para mí es un placer explicarles y contarles historias del arte de la música. Les acorto tiempo dándoles la posibilidad de que aprendan lo que yo pude aprender.
¿Sentís que te quedan cosas por aprender todavía, tanto en lo personal como en lo musical?
Como persona siempre hay algo para aprender. Como músico, también. Hay cosas que yo no sé, porque aprendí como músico totalmente autodidacta. Es probable que cuando llegue tome los cursos para poder entrenarme y leer bien una partitura o un arreglo, algo que no sé hacer todavía.