Salar de Uyuni: Un paraíso de sal en Bolivia

A pesar de no ocupar el ranking  de los países más elegidos al momento de planear un viaje, Bolivia es de esos lugares que traspasan nuestra cultura, nuestra manera de pensar y nos obliga a derribar esas erróneas creencias que, muchas veces, tenemos como sociedad.

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Y es que Bolivia lo tiene todo. Paisajes increíbles, historia en todos los rincones, una exquisita cultura y naturaleza por doquier. Pero una de las cosas más lindas que tiene este país vecino es el Salar de Uyuni, el desierto de sal más grande del mundo, que cada año es visitado por miles de personas de todas partes del mundo.

Así que si este lugar está incluido en tu lista de próximos destinos, te contamos qué tenés que tener en cuenta al momento de conocerlo.

Derribando mitos

Seguramente escuchaste que en Bolivia hace muchísimo calor, que se aprovechan de los argentinos (siempre solemos ser víctimas de los demás países, o eso es lo que creemos), que es un país sucio o abandonado.

Afortunadamente podemos decirte que nada de eso ocurre o, al menos, a nosotros eso no nos pasó. Todo depende de la actitud con la que vayas y cómo trates a su gente.

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Con respecto al mito de que Bolivia es muy caluroso, es totalmente falso (conste que nuestras cabezas fueron con esa idea). Al estar a elevados metros sobre el nivel del mar, es un país donde no hace calor en ningún momento del año. Sería imposible que las «cholitas» (mujeres que vestin polleras y sombreros por tradición) lleven ropa tan pesada puesta.

Las temperaturas máximas van de los 20 a 25 grados, y las mínimas pueden llegar hasta los menos 15 grados, según el lugar y la época del año. Así que prepará un buen abrigo y remeras térmicas, porque las vas a necesitar bastante seguido. Aunque no te recomendamos llevar tantos swetters para que puedas comprar alguno de los que hacen ahí artesanalmente. Los tejidos son hermosos y los precios muy accesibles.

En cuanto al dicho de que los bolivianos se abusan de los argentinos (pobres nosotros!) eso no sucede. Es un país donde los precios son bastante accesibles y el regateo es muy frecuente. Lo único que cobran demás, porque cuidan como oro, es el gasoil o el “petróleo” como le dicen ellos. A todos los extranjeros les cobran un 50 y hasta un 100% del total de la carga. Eso si estás en auto, en caso de andar mochileando, no vas a tener que preocuparte por ese tema.

La ciudad de Uyuni

Más que una ciudad, es un pueblito muy chiquito, donde los restaurantes, hoteles y agencias de viajes son los protagonistas. En Uyuni no hay mucho para hacer, más que salir a cenar y probar alguna comida típica de Bolivia. Es un lugar de descanso para pasar la noche a la vuelta del tour del salar, y desde ahí seguir viaje a otras ciudades.

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Nosotros tuvimos la suerte de que cuando fuimos en enero, justo el Dakar pasaba por ahí, así que el pueblo se preparó para ese evento y todo fue un gran festejo.

Imperdible tour

Después de introducirte un poco en el país boliviano, vamos a pasar a contarte sobre el indescriptible Salar de Uyuni.

Para llegar al Salar, hay muchas formas de hacerlo, todo depende de donde estés a la hora de conocerlo. Se puede arribar desde diferentes ciudades de Bolivia (Tupiza, La Paz, Potosí). Lo que va a influir es la distancia y el costo de la excursión, en caso de econtratar servicio de bus.

Si vas a movilizarte en auto, todo es mucho más sencillo. Lo mejor es llegar a la ciudad de Uyuni a primera hora de la mañana (tené en cuenta que Bolivia va una hora más atrasada que Argentina). Ahí vas a encontrarte con una enorme cantidad de agencias de turismo que te van a ofrecer el tour al Salar de diferentes maneras: en el mismo día, en dos, tres y hasta cuatro días. Nosotros elegimos (por intuición y mejor atención) Cordillera Traveller, una de las agencias ubicadas en la avenida principal de Uyuni. Hugo fue nuestro conductor y guía durante tres días, y nos explicó todos los detalles de cada lugar, hasta eso que nunca encontraríamos en internet.

Existen tours de uno, dos, tres y cuatro días. Cada uno se diferencia por la cantidad de lugares a visitar (además del salar) como lagunas, desiertos, volcanes, géisers y animales autóctonos.

Si estás con tiempo y podés dedicarle tres o cuatro días a la excursión, te lo recomendamos. No te vas a arrepentir.

Cementerio de trenes

Es el primer destino antes de visitar el Salar. Allí las 4 x 4 de las diferentes empresas estacionan una al lado de la otra para que los turistas bajen a conocer el cementerio. Trenes olvidados hace más de cien años, oxidados y destruidos por el viento que abruma al desierto.

En su momento fueron medios que transportaban sal a las afueras de Uyuni. Hoy solo quedan las carcasas de enormes locomotoras y vagones, y alguna que otra pieza desparramada por el árido suelo. Un lindo lugar para trepar a los estancados vagones y llevarse más de un fotografía.

El gran salar

Se ubica a 15 kilómetros de la ciudad de Uyuni y a 3.680 metros sobre el nivel del mar. Solo es posible acceder en 4 x 4, ya que la sal arruina cualquier otro tipo de vehículo.

Es una impresionante salina de 10.582 km. cuadrados y 120 metros de profundidad que almacena millones de kilos de sal, la cual se utiliza como comestible y para artesanías de todo tipo que hacen con mucha paciencia los lugareños para venderlas a los turistas.

Una vez metidos allí, el paisaje parece ser interminable. La tierra y el cielo parecieran no diferenciarse uno del otro, formando nubes abajo y arriba, como si no existieran límites.

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Después de recorrer varios kilómetros en camioneta, en medio del blanco desierto, llegamos a uno de los hoteles de sal para disfrutar de nuestro primer almuerzo. Sillas, mesas y paredes hechas de sal que en algún momento alojaron a huéspedes de todo el mundo. Una obra de arte admirable.

Llevar anteojos de sol con protección UV es fundamental a la hora de visitar el salar debido a su poderosa y radiante blancura. El protector solar y algún sombrero o gorra también son objetos para cargar obligadamente en la mochila.

Isla Incahuasi

Es una isla mágicamente ubicada en el corazón del salar que contempla un enorme bosque de cactus que llegan hasta los diez metros de altura.

Cuando visitamos el salar, los días previos había llovido mucho, así que lamentablemente no pudimos conocer la isla, ya que corríamos el riesgo de no poder entrar. Pero, como no hay mal que por bien no venga, gracias a la excesiva lluvia disfrutamos de los espejos de agua que se formaron en el medio del salar, permitiendo hacer las mejores fotos que se puedan sacar en ese impresionante lugar.

Con vista a las estrellas

Por las noches, hoteles en medio de la naturaleza nos esperaban para cenar  y descansar después de cada agitada jornada.

La conexión a WiFi era muy escasa, pero el intercambio de palabras con los demás extranjeros se volvía la mejor experiencia en ese momento.

El español, inglés, portugués, italiano, coreano, francés y hasta el alemán, se fusionaban en interminables charlas que nos permitían conocernos entre los huéspedes de las distintas excursiones que nos encontrábamos para pasar la velada en un mismo lugar.

Afuera hacía mucho frío, pero igualmente nos permitíamos una escapadita para observar la ilimitada cantidad de estrellas que iluminaban el amplio y oscuro cielo.

Entre ruidos de exóticos animales que daban vueltas por el lugar, podíamos apreciar estrellas fugaces, para pedir un deseo y poder irnos a dormir tranquilos.

Varios kilos de frazadas nos ayudaban a combatir el frío de cada noche. Porque aunque Bolivia sea uno de los principales países exportadores de gas natural, lo cuidan como oro.

Lagunas de colores

Las lagunas fueron uno de los paisajes más sorprendentes de la excursión.

La primera fue la Laguna Cañapa, un lugar paradisíaco donde flamencos y gaviotas posaban naturalmente para la foto. Hugo nos sirvió el mejor almuerzo y así juntamos fuerzas para seguir visitando las demás lagunas.

Con un cielo totalmente cubierto de nubes grises, poco a poco nos fuimos acercando a la Laguna Colorada, un espejo de agua roja inmerso en un árido desierto. Como estaba nublado, el lago se tornaba color rosa, pero Hugo nos decía que cuando hay mucho sol, el agua se vuelve de un rojo intenso. Increíble.

Entre medios de enormes nubes blancas comenzamos a ver la Laguna Verde. Agua turquesa que aumentaba su color a medida que el sol crecía en el celeste cielo. Hacía mucho frío y el viento era abrumador, pero la belleza del paisaje era tan impresionante que nos hacía olvidar de todo eso.

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Subimos a la camioneta y nos dirigimos a la última laguna, la Blanca. Un hermoso lugar rodeado de volcanes y montañas rocosas, donde los flamencos y las demás especies de aves nadaban de un lado para el otro.

Hugo nos explicaba que el arsénico, el azufre y demás minerales de la zona son los que le dan el aspecto a cada laguna. Como si alguien hubiera tirado un tarro de pintura de cada color para darle diferentes tonos a los lagos.

En ese viaje aprendimos que los flamencos realmente son blancos, y que su plumaje va adquiriendo el color rosa y rojo, según la intensidad de los minerales que contienen las aguas en donde se mueven.

Un paseo por el desierto

Pasamos por la salina más grande del mundo, luego por lagunas inmersas en un árido paisaje y de repente la arena se volvió la protagonista de todo. Desiertos de miles de kilómetros nos estaban rodeando, y eso fue verdaderamente mágico.

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A medida que la camioneta avanzaba, el paisaje cambiaba de color, de forma y de temperatura. En algunos lugares la humedad aumentaba, y en otros el intenso frío nos obligaba a abrigarnos con lo que teníamos a mano.

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Si pensábamos en dormir durante algún tramo del viaje, estábamos obligados a mantener nuestros ojos abiertos, ya que cualquier parpadeo que dure más de una milésima de segundos, podía lograr que nos perdiésemos de vivir el mejor momento de la aventura.

Entre la nieve, volcanes y géisers

Así fue el segundo día. Madrugamos como nunca y a las 4 de la mañana ya estábamos listos para una nueva travesía. Mientras nuestro guía, Hugo, ponía a punto su camioneta, nosotros, con todo el sueño del mundo, nos preparábamos para seguir sorprendiéndonos con la bella boliviana.

Apenas asomaban los rayos del sol, y ya estábamos llegando a los 5.000 metros de altura. Un hermoso frío traspasaba nuestro liviano abrigo, mientras el paisaje se volvía todo blanco.

A medida que íbamos avanzando, iban apareciendo todo tipo de bellezas naturales: géisers (agujeros que se forman en la tierra de donde sale vapor a más de 50 grados de temperatura), aguas termales en medio de la nieve y volcanes quietos que esperaban su próxima erupción.

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Fueron tres días intensos, de variados paisajes, temperaturas y alturas, donde aprendimos que Bolivia no solo es mercado de pulgas en medio de la calle, o cholitas con extravagantes polleras. Es un país riquísimo, en cultura, en naturaleza y en gente, que nos hizo liberarnos de ciertas creencias para poder seguir conociendo y creciendo mientras viajamos.