“Viajar en moto es como estar viendo una película todo el tiempo”

Dicen que nada es casualidad.

Una amiga en común, provocó el encuentro entre Marvin y nosotros. Justo coincidíamos en Montañita, así que, aprovechamos la ocasión, y nos pusimos de acuerdo para conocernos.

La cita era en la playa a la hora del atardecer. Nuestro momento preferido del día, y más aún si es cerca del mar.

El sol se reflejaba en el agua como hacía muchos días que no sucedía. Es que Montañita no regala atardeceres tan fácilmente, y menos si no es temporada de calor.

Desplegamos la lonita y nos sentamos a esperar a Marvin, mientras disfrutábamos del inigualable y gratuito espectáculo natural.

Apenas vimos una moto que estacionaba en uno de los callejones que conduce a la playa, le hicimos señas para que sepa que éramos nosotros. Con un saludo de manos, Marvin se acercó, destapó una cerveza y ahí empezó todo.

“De joven me gustaba mucho la moto. Luego me casé, tuve hijos, y quedó un poco relegada. Viajaba más en la seguridad”, fueron las palabras que dieron inicio a su relato.

“Estuve por Estados Unidos, México, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia y Ecuador. Cuando se acomode la situación, tengo pensado seguir por Perú, Chile, Brasil, hasta llegar a Argentina”.

Pero también estuvo en Europa, en Asia y en la India…

La India es un lugar hermoso. Le cambia la vida a cualquiera y de cualquier forma.

No tiene nada que ver con nada. Es un continente muy diferente a todos los que pude visitar.

¿Cómo es viajar en moto por el mundo?

Viajar en moto es como estar viendo una película todo el tiempo. También es estar expuesto, al clima, a los cambios, pero es interesante ver cómo todo se va transformando.

No es que quiero andar en moto permanentemente. También me gusta moverme en bus o en cualquier otro transporte público.

Suelo viajar solo, aunque a veces me encuentro con otros motoviajeros y recorremos algunos lugares juntos. Es una experiencia muy rica.

¿Dónde descansás cuando necesitás hacerlo?

De vez en cuando acampo, y otras duermo en hostels. Lo bueno de acampar es estar en contacto permanente con la naturaleza, sea en la playa o en la montaña. Uno aprende a disfrutar todo lo lindo que lo rodea.

Mientras el sol se iba escondiendo de a poco detrás del mar, seguíamos conversando e intercambiando anécdotas de nuestros viajes, compartiendo sensaciones y emociones que genera recorrer el mundo sin fecha de vuelta. Porque, aunque nos movamos a pie, en moto o en transporte público, la sensación del viajar constante, es algo que no se puede explicar, pero de a poco genera un nuevo idioma que nos ayuda a comunicarnos entre quienes elegimos este raro pero apasionante estilo de vida.